Borrascas intensas y olas de frío
Los meteorólogos llevamos semanas repitiendo la misma predicción del tiempo, día tras día, en los diferentes medios. Se nos acaban los sinónimos para describir la continua situación borrascosa que este invierno se registra en un buen número de comunidades, sobre todo del norte peninsular. Galicia, a la cabeza, vive uno de los inicios de año más lluvioso, ventoso y de fuerte oleaje que se recuerdan, aunque tampoco se han quedado cortos de viento y olas en el Cantábrico. Dos meses de lluvia incesante, rachas de más de 150 km/h y olas de hasta 10 metros no son registros habituales, sobre todo de manera tan continua, aunque se trate de Galicia y del Cantábrico en pleno invierno.
Al otro lado del Atlántico, Estados Unidos ha vivido, en escasas semanas, varias olas de intenso frío. El fin de semana de reyes fue inolvidable para muchos, con registros térmicos inferiores a los 50 bajo cero y con un manto de nieve y hielo cubriendo casi la mitad del país. En medio del temporal surgió un nuevo término meteorológico desconocido para muchos, “vórtice polar”, una circulación de viento intenso alrededor del Polo Norte, que mantiene aire muy frío en su interior y que, en ocasiones, se deforma más de lo habitual hacia el sur para traer los rigores del invierno a zonas más templadas.
Tanto el tren de borrascas Atlánticas que nos afecta este invierno como el intenso frío polar de Norteamérica forman parte de la variabilidad climática natural de la tierra, independientemente de que el planeta se caliente, año tras año, como corroboran los últimos registros climáticos. Y muchos se preguntan, con olas de frío tan intensas y temporales tan virulentos, ¿cómo podemos seguir hablando de calentamiento global? El tiempo más inestable o más frío registrado durante estos primeros compases del 2014 en algunas zonas, no quiere decir que la tierra no se esté calentando. Durante el pasado enero, mientras en el norte y centro de Estados Unidos se batían récords de frío y acumulación de nieve, en Vancouver, Canadá, registraban las temperaturas más altas desde que existen datos.
En 1950 el número de días de récords de temperaturas bajas era más o menos igual que de temperaturas altas. En 2000, se registró el doble de récords de temperaturas altas que de bajas, un cambio sustancial. Y es que la tierra sí se calienta, y con el paso de los años todo apunta a que viviremos menos episodios de frío y más de calor.
Las variaciones meteorológicas que estamos experimentando este año, registradas en el hemisferio norte durante el invierno, están muy relacionadas con la intensidad y ondulación de lo que se conoce como “corriente de chorro polar”, una corriente de aire intensa que circula a unos 10.000 metros de altitud por todo el globo terráqueo en torno al extremo sur del Ártico. Cuando la diferencia de temperatura entre regiones polares y tropicales de la tierra es grande, la corriente se intensifica y se tensa, como si de una cuerda se tratara, mostrando menor ondulación. Entonces, el aire frío polar se queda al norte de la corriente en latitudes altas y el más cálido se queda al sur, donde suele encontrase.
Durante la primera década del siglo XXI las regiones polares han experimentando temperaturas más elevadas de lo normal debido, sobre todo, al intenso deshielo que han sufrido. Es un escenario cada vez más habitual, y provoca que el gradiente térmico entre el polo norte y las regiones tropicales sea cada vez menor, debilitando la corriente de chorro y provocando que ésta se destense y empiece a ondular mucho más de norte a sur. Cuando lo hace, facilita la inyección de aire más frío hacia latitudes habitualmente templadas como está ocurriendo este año en algunas zonas de Estados Unidos.
Pero esos meandros en la corriente de chorro también ayudan a que las borrascas del Atlántico se desplacen con más frecuencia por nuestras latitudes y que el aire frío que llega del Atlántico norte lo tenga más fácil para mezclarse con el aire templado del Atlántico central cuyas aguas además están más cálidas que otros años intensificando las borrascas que llegan a Galicia.
Todo esto suena muy complejo, pero en realidad las observaciones cada vez más frecuentes de la situación de nuestro planeta, confirman que el calentamiento global y la consiguiente acelerada fusión de hielo ártico son ya ingredientes habituales de un estado atmosférico diferente, distinto al que estamos acostumbrados.
Un nuevo escenario que conllevará futuros cambios en el comportamiento del clima terrestre algunos de los cuales ya estamos viviendo.
Y después de estas olas de frío y potentes borrascas muchos se preguntan : ¿Tendrá este crudo invierno repercusiones sobre la primavera que se avecina? Lo cierto es que es complicado relacionar el tiempo de una estación con la que le sucede. Sabemos que la atmósfera no tiene memoria y que, por lo tanto, no siempre hay un efecto de futura compensación. Lo que si está más claro es que después de un invierno tan extremo en algunas zonas del planeta a más de uno no le importaría nada que la primavera fuera mucho más benévola.
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