La primera impresión que uno se lleva cuando ve las imágenes del desierto Minya en Egipto, es que está viendo a un grupo de gente deambulando en medio de un campo de nieve.

Un blanco cegador, similar al que produce la nieve polvo y que obliga a muchos a vivir con las gafas de sol pegadas al rostro  mientras luce el sol, y lo hace muchas horas al año, salvo cuando el polvo del desierto lo impide. Pero el blanco resplandeciente no es nieve, sino caliza, y lo que parece una estación de esquí, es una cantera de piedra caliza.

Los que trabajan en esta cantera situada cerca de la orilla del Nilo, a unos 270 km de El Cairo, se juegan la vida todos los días. Problemas respiratorios, de piel o amputaciones, están a la orden del día en ese desierto blanco, donde los veranos suelen ser abrasadores cuando las  temperaturas máximas diurnas rondan los 45 a 50 C a la sombra. Durante los meses de invierno, el frío puede llegar a ser también un problema para las cerca de 45,000 personas, incluyendo niños, que trabajan la caliza por 10 euros al día.

Impresionan las fotos captadas por Mosaab Elshamy de Associated Press. Lo dicen todo casi todo sobre este desierto blanco, y a pesar del encanto del paisaje, exponen lo duro que tiene que ser pasar largas jornadas, una tras otra, en un lugar aparentemente tan puro y limpio, pero que de eso no tiene nada.