Alfred Russel Wallace, coautor con Charles Darwin de la teoría de la evolución mediante la selección natural, definió a la atmósfera como “el gran océano aéreo”. Me encanta esta expresión, evoca las corrientes, los remolinos y las capas que existen entre nosotros y el espacio “infinito”.

En la atmósfera absolutamente todo está relacionado. Nosotros mismos, a través de nuestros pulmones, estamos conectados a la atmósfera. El aire que tragamos es la vida, un adulto necesita 13.5 kg de aire cada día de su vida.

La atmósfera regula la temperatura de nuestro planeta y ha conseguido que sea el único entorno con vida entre gases inertes y rocas. Esta proeza es tan improbable como la propia existencia de la vida, pero no pueden separarse de ésta. La atmósfera, entre otras cosas, es el resultado de todo lo que alguna vez ha respirado, crecido y se ha descompuesto.

Si la composición de la atmósfera es producto de la propia vida, ¿habrá contribuido la biosfera en generar las condiciones adecuadas para su propia existencia? Si es así, surge una cuestión trascendental: ¿pueden las especies coordinarse para generar un ambiente habitable para todos?

En 1979, el matemático James Lovelock publicó GAIA. Lovelock argumenta que la tierra, a la que llama GAIA, es un solo organismo, donde la atmósfera es el gran órgano de interconexión y regulación de la temperatura. Esta hipótesis, que plantea a la tierra como un sistema autorregulado, a priori desconcierta un poco.

A medida que la vida se ha ido diversificando, GAIA ha ido mejorando su capacidad de regular la temperatura de la tierra.

Hará unos 540 millones de años, los seres vivos empezaron a producir esqueletos de carbonato, y para ello absorbieron el CO2 del agua de mar. Ello afectó a los niveles de CO2 y por lo tanto al ciclo del Carbono, lo que permitió que la termorregulación de la tierra fuera más eficaz. Desde entonces, las glaciaciones han sido mucho más escasas.

Otro periodo que tuvo un tremendo impacto sobre el termostato de la tierra fue el Carbonífero, cuando los primeros bosques cubrieron la tierra. Gran parte del combustible fósil que ahora alimenta nuestra energía fue CO2 atmosférico capturado por esos bosques, luego el efecto en el ciclo del carbono tuvo que ser enorme.

Los arrecifes de coral, hace unos 55 millones de años, también extrajeron ingentes cantidades de CO2 de la atmósfera, con sus consecuencias en el ciclo del carbono y en el clima.

Hay muchos más ejemplos que ilustran cómo el desarrollo, la evolución y la interacción entre las especies afectó a la termorregulación de GAIA, haciéndola más eficiente. Parece que sí, que GAIA se comporta como un complejo organismo en le que todo está interrelacionado, y en el que todos sus “órganos” se coordinan para generar un ambiente óptimo.

Puede parecer secundario el debate sobre la hipótesis de GAIA, ya que no es más que un concepto, pero desde mi punto de vista sí es muy importante. Una persona que crea en GAIA, entiende que todo lo que hay en la tierra está íntimamente relacionado entre sí. Una visión del mundo a través de GAIA, te predispone a asumir una manera sostenible de vivir. En cambio, la visión cada vez más extendida de un mundo reduccionista, hace que se vean las acciones humanas como algo aislado, y este es el principal origen de los grandes problemas medioambientales que sufrimos.